Chile Lindo
Me encontraba yo apaciblemente en mi establecimiento educacional, cuando la repentina y desagradable noticia llegó a mis oídos, “ Arieel, te llamaron pal’ servicio” me gritaba alguno de mis amigos desde el otro lado de la cancha de fútbol. Mala suerte la mía, algo que estaba tan lejos de mis expectativas llegaba a mi vida sin previo aviso y sin fácil escapatoria.
El tiempo se encargo de develar que la mala suerte no había sido dolo mía, la mayoría de mis compañeros, amigos y con generacionales habían quedado seleccionados por las fuerzas armadas para cumplir el obligadamente honorable servicio militar.
Raudos salieron los habladores, quienes aparentan saberlo todo, tienen pruebas fehacientes de lo que dicen, algunas de las frases escuchadas fueron:
“No, si los cupos se llenaron con voluntarios, no te preocupes”
“Lo que hay que hacer es decir que tienes depresión, así lo sacas al tiro”
“Mira, anda y saca tu certificado de alumno regular, muéstralo en el cantón y lo pasai’ hasta que te dejen de llamar, si total después se cabrean de llamarte”
Consternado por tales sugerencias me decidí informar por los conductos regulares que me ofrecía la Dirección General de Movilización Nacional, navegue sin inconvenientes el ciberespacio para poder encontrar el sabido pero nunca reconocido escollo legal que me sacaría de encima este “año sabático”.
Elevada fue mi sorpresa cuando sobreleyendo mis alternativas no calzaba ninguna con la descripción antes hecha. Mis alternativas de salvación eran, estar casado, estar en vías de ser padre, estar preso y tener una condición moral no apta para servirles a los inmaculados en esas materias, tener un certificado medico que acredite mi discapacidad física o psicológica que constituye impedimento de mi servicio(léase me falta una pierna o estoy loco), y por último un par de alternativas que eran hacerlo pero diferido en veranos o que se yo cuando.
Ante la ignorancia familiar con respecto al tema decidí tomar al toro por las astas y comprobar yo mismo las fallas legales del sistema. Requerí mi certificado de alumno regular y las agallas de ir solo al cantón de reclutamiento de mi zona.
Esperando que la magia de la informalidad criolla me diera en la razón fui llevado por mi padre al cantón. Lugar apacible y sin mucho público. Hasta ese momento mis expectativas estaban puestas en presentar mi reluciente certificado y pedir exclusión sin tormento alguno, en segunda instancia argumentaría sobre mis inexistentes problemas a la espalda. Así, con un plan confeccionado sin fallas, entré en el cantón después de dos otros futuros reclutas. Dos civiles y dos uniformados atendían con dientes afilados a sus todavía tiernos invitados. El primer temerario presento su cedula y pidió que lo reclutaran para servir a la patria. Impresión máxima pero disimulada la mía. El segundo inflo el pecho y prosiguió con un argumento un tanto más subversivo. Levanto su brazo derecho con un papel en la mano y dijo:
-Aquí esta mi certificado de alumno regular, y requiero exclusión- ante la inexistente reacción del cabo primero agrego- porque estoy estudiando y además tengo problemas a la espalda-.
La redonda cara del cabo no cambió en nada, tomó aire y explico:
-Para excluirte tienes que traer un certificado médico de tu discapacidad y luego serás analizado por un grupo de médicos de acá que comprobaran tu incapacidad de cumplir con el servicio.- para luego proseguir con lo peor- Si tienes Certificado de alumno regular debes mostrarlo aquí y prestar servicios de 180 días después de terminada tu carrera, los servicios estarán relacionados con lo que estudiaste-.
Así nada mas fuerte y claro, el redondo había destrozado al Plan A y al B. Mi a estas alturas amigo y compañero de lucha no titubeo y rápidamente, antes de que le sacaran una opción peor dijo:
-Entonces presto servicios al final de mi carrera-. Hasta ahí llegó la lucha.
Yo más prudente que mi antecesor decidí llamar a la sabiduría de mi padre, me contesto y confirmo todos mis miedos, los señores militares estaban en mi futuro todavía y hasta al menos cinco años más lo seguirían estando.
Proseguí a constatar mis datos, la carrera que quería estudiar, firmar y ensuciarme el dedo para ponerlo en el certificado. Cuatro copias me desgastaron el orgullo una y otra vez.
Después de tal extraña y única experiencia decidí volver a mi hogar en busca de algo de consuelo, me dirigí hacia el paradero más cercano, sorpresa fue la mía cuando note que no habían mas que enfermos esperando la locomoción, extraño pero cierto. Tuertos, cojos y neumoniticos. Luego caí en cuenta de que estaba a solo metros del Hospital Salvador. Todo cuajaba ahora.
Llego la remozada micro, nos subimos todos como pudimos, estábamos todos heridos en alguna parte, lo mío era el orgullo. Ahí nos arreglamos y acomodamos, claro que mi herida no se gano un asiento entre los asistentes.
Sorpresa mayor fue la mía cuando de los rincones del bus aparece un viejo e intrépido conocido, el vendedor de tijeras ambulante, quien mientras esquiva pasajeros y amortigua saltos del bus trata de comprobar cuan bien corta la tijera, todo esto por supuesto saliendo increíblemente ileso de tan acrobática venta.
El viaje llego a su fin y mi paradero se acerco lentamente. Me baje y camine hasta mi casa.